23 Feb 2015

OJOS AZULES, TE VERÉ EN EL MAR

Mi madre siempre me lo dice: eso del Facebook son tonterías, solo hay tres, cuatro, con suerte cinco personas en el mundo que nos quieren y a los que queremos incondicionalmente. Se refiere a esas poquísimas personas que siempre estarán a nuestro lado cuidándonos, sufriendo y alegrándose por nosotros. Esos pocos cuya felicidad depende de nuestro bienestar y viceversa. Para mí hay (había) tres personas en el mundo: mi padre, mi madre y mi novia. Ahora hay dos.

Tengo hermanos y familiares por los que daría la vida y media docena de amigos esparcidos por el mundo a los que considero casi familia. Pero esto es distinto. Hablo de ese amor dependiente y doloroso que solo puede sentirse por los padres, por una pareja o por un hijo. Yo tenía tres personas: mi papá murió y ahora tengo dos. Y solo me queda una certeza: la vida sin él va a ser peor, más triste y más hueca. Siempre me faltará su risa, su mirada, sus gestos de aprobación o desaprobación. Sus charlas literarias. Su locura alegre. Se me ha ido un tercio de la vida y nunca volverá. Esa es la verdadera tragedia de la muerte.

El resto son momentos, escenas trágicas y duelos más o menos prolongados. Estar roto y aprender a recomponerse. El resto es el dolor de mi madre, a la que se le ha ido su media mitad. Dolor infinito, pero también amor, un amor que papá sembró en todos nosotros y que vio florecer con inmensa alegría.

Mi padre era un hombre tranquilo consigo mismo y feliz. Feliz por haber construido una familia unida. Feliz por levantarse cada día con la mujer de su vida. Feliz con cada libro que leía y cada país que visitaba. Feliz, risueño y ávido de nuevos descubrimientos. Llegó a los 71 años completamente sano, por dentro y por fuera. Se fue de repente, en un ictus masivo. Acababa de comerse un arroz caldoso con mi madre y se estaba echando la siesta. Su vida fue envidiable.

No pude despedirme de él. Murió definitivamente un día y medio después, rodeado de los suyos. Se fue tan rápido y de forma tan inesperada que cuando volé de México y aterricé en Madrid solo quedaba un ataúd de madera. No quise abrirlo. No lloré. No sentí nada. Solo me derrumbé cuando llegué a casa y vi su ropa, sus gafas, las recomendaciones que anotaba cuando hablábamos de literatura vía webcam, las últimas páginas que leyó antes de echarse la siesta de la que nunca se despertó del todo. Fui el único de sus hijos que no le vio morir, pero sé que hasta el final él y yo nos comunicamos a través de los libros. Y seguiremos comunicándonos siempre. Ahora más que nunca, porque ahora me toca escribir su historia. La de la familia.

Llevé sus cenizas a Calpe, a nuestro querido pueblo mediterráneo. Las arrojé yo mismo en el mar, me metí hasta las rodillas y las hundí en la calita de piedras donde buceábamos todos los veranos. Fue el crepúsculo más hermoso que recuerdo: el sol se hundió en el mar, el Peñón se hizo naranja y la estrella polar se encendió en un cielo limpio y violeta.

La vida sigue su camino, aunque sea peor, más triste y más hueca. Algo en mí se ha roto para siempre, pero seguiré vivo y hablaré con papá a través de los libros que lea y que escriba. Mi madre me ayudará a recordar sus comienzos y a inmortalizarlos. Estaremos juntos hasta el final, juntos y tranquilos porque sabemos que fue feliz hasta el último momento y que nos está mirando desde allá arriba.

Se fue el hombre al que más he querido. Mi deber ahora es cuidar de los suyos y ser mejor persona. Hacer que se sienta orgulloso de mí. Seguiré adelante con el dolor de la ausencia y la necesidad física de abrazar a mi madre, de sentir en el pelo su caricia desmañana, como si la ternura se le saliera por los ojos y la voz y me envolviera en una manta caliente y melancólica. Ahora sé que papá está con nosotros. No fue necesario decirle adiós, él está aquí, me arropa cada noche, me habla a través de los libros y vuela a través de mis ojos.

Para ti va este soneto torpe y emocionado, papá. Tú lo entenderás, y eso es lo importante:

OJOS AZULES, TE VERÉ EN EL MAR


Tu infancia, un puesto de tomates
Y el cuartel de posguerra, el Calasancio
Sotanas, tricornios y el vinagre
Desinflan los sueños del asmático

Los ojos marinos, la calva sefardita
La tez en lo moro y lo cristiano
Piernas Rocinante y risa infinita
Venciste a Molinos y a Quijanos.

De Sonseca a Aluche con orgullo
Haciendo gárgaras del enojo
Chistando a Franco su farfullo

Y de Madrid al cielo, a Calpe, a nadar
Me enseñaste a andar cuando andaba cojo
Ojos azules, te veré en el mar.




1 May 2013

DIOSECILLOS

Prepotentes, despreciativos y subiditos de tono. Jefecillos de tres al cuarto y subordinados sumisos. Lameculos con el poderoso, crueles con el débil. Una plaga que esconde uno de los males endémicos de España

“¿Esta tortilla mediocre que has hecho, es como la que te hacía tu madre?”, pregunta el engalanado señorito, sacando pecho cual gallito de taberna y haciendo una mueca de asco máximo que le deforma el rostro.
“Si, maestro chef”, responde un joven pálido y cabizbajo de mirada llorosa y labios temblones.

A esta escena televisiva le sigue una serie de humillaciones y crueldades que me da repelús incluso escribir. Pero parece que el público español acepta como lógica e incluso modélica la altanería de los diosecillos que hacen de jurado en muchos de los reality shows de la televisión, cuyo nombre ni sé, ni quiero saber. De pronto, una legión de expertos y maestros han aparecido debajo de las piedras para mostrarnos lo dura que es la vida y dejar claro que solo los mejores triunfan. Ante ellos, una masa de cabezas huecas que aplauden y aceptan ser humillados como perros ante una audiencia de millones de espectadores.

Cuando veo uno de esos programas me indigno doblemente. Primero, por el deplorable ejemplo que dan a la gente. A los que son jefes o tienen gente a su cargo parecen decirles: maltrata a tus trabajadores hasta el límite de lo moral y lo legal. A estos últimos: baja la cabeza como un sabueso y admira y obedece a esos seres superiores sin rechistar.

Segundo motivo de indignación: desde hace unos años y cada vez con mayor frecuencia veo esos comportamientos reproducidos como calco en la gente de mi país. Y me pregunto: ¿De verdad son tan listos estos diosecillos aspirantes a tiranos? ¿De verdad hay que soportar este tipo de humillaciones para prosperar en la vida, para no ser tachado de peleón, de impaciente o de inestable? ¿Para no ser multado? ¿Para no ser despedido?

En estos realitis vemos a los supuestos maestros de la música cutrosa, a los versados en cocina pijuna y a los gurús del mamoneo granhermanesco, tan hortera como hediondo. Pero no nos damos cuenta de que los cabecillas del triunfo y sus aprendices están por todas partes. Este comportamiento prepotente alcanza todo tipo de empleos, pero es especialmente dañino cuando afecta a cargos que deberían ser un ejemplo para la sociedad.

Creo que profesiones como el policía, el político o el periodista –por citar tres ejemplos de oficios que se han creado para servir al ciudadano- deberían conllevar un código ético que obligara al que lo ejerce a estar al servicio de la gente de la calle y no de unos pocos, ni de su sueldo o beneficio económico. Deberían ser extremadamente humildes, escuchar y ayudar al débil y no humillarlo y despreciarlo. Si esto sucede, como de hecho está sucediendo en estas profesiones; si el policía no trabaja para proteger al ciudadano, si los políticos no gobiernan para que la gente viva mejor, si los periodistas no reflejan lo que de verdad sucede a la gente sino lo que viene bien contar a su empresa estaremos a un paso de convertirnos en un estado que tendrá más que ver con el fascismo que con la democracia.

Creo que este tipo de oficios deberían estar infinitamente más vigilados y regulados. Tendría que existir una especie de contrato riguroso y exigente que obligara a dimitir a quien no cumpliera con su labor, especialmente cuando de esta depende el bienestar de la gente. Y aún más, creo que ejemplos de soberbia y abuso como los que estamos viviendo (los abusos de los políticos, la represión policial, la manipulación de la prensa) deberían estar penados no solo con sanciones, sino con la cárcel.

Pero ocurre exactamente al revés. La gente altanera, prepotente y despreciativa cada vez está más de moda. Cada vez son más queridos e imitados. Cada vez veo más esos gestos de asco y repulsión, oigo esos sermones crueles y asisto a más escenas de reprimendas humillantes en la que lo más aconsejable es callar y agachar la cabeza, por tu bien. Dale la razón, no vaya a ser que te ponga una multa ese agente chulazo recién salido de Gandía Shore. Trabaja el doble de lo que te toca, no vaya a ser que te despidan. Ríe las gracias al jefe no vaya a ser que no le caigamos bien, que no nos ascienda o que no nos tenga en cuenta a la hora de librarnos del próximo ERE…

Solo el pelota, el lameculos y el indigno puede prosperar ante un sistema que se rija por la regla fascista de endiosar al fuerte y machacar al débil. El enchufismo se extiende. Los favores se acumulan. La envidia nos lleva a poner la zancadilla al compañero. El miedo a ser eclipsado nos hace rodearnos de gente sumisa y mediocre. Los peores ascienden sin freno. Los maestrillos más ignorantes nos enseñan a golpe de fusta. Los políticos más inmorales nos gobiernan o esperan su turno para gobernarnos. Los periodistas más sabiondos, los más alejados del mundo, nos cuentan lo que pasa en el mundo.

Y mientras, en la tele, los diosecillos imparten su cátedra ante la mirada embelesada de millones de españolitos que aprenden la lección y aguardan ansiosos a poder ponerla en práctica.

6 Mar 2013

CHÁVEZ



Ha muerto un hombre excesivo, grandilocuente y a veces megalómano. Pero también, al mismo tiempo, un tipo carismático, inteligente y tierno. Uno de los pocos políticos que hablaban claro y se dirigían a la gente de forma espontánea y no como robots sin alma. Me he cabreado muchas veces con él, por las incongruencias que decía a veces -sus alabanzas a Gadafi a Al Asad y a otros tiranos injustificables-, y por sentirse tan cómodo con el endiosamiento que sus camaradas le predicaban. Pero sobre todo por permitir que la violencia engulla a Venezuela. Chávez eludió (o al menos, no enfrentó) uno de los grandes problemas de Latinoamérica. No sé hasta que punto la peligrosidad que hace irrespirable Venezuela es culpa de su gestión, pero sin duda me parece la mayor mancha de su legado. Casi capaz de eclipsar sus grandes logros, que los tuvo y muchos: sacó a cientos de miles de personas de la pobreza e impulsó la unidad latinoamericana de modo irreversible. Pese a quien pese, es el presidente latinoamericano que más ha logrado en estos dos ámbitos.

Si, me ha cabreado a veces, pero también me ha hecho reír hasta llorar, como esa vez que retó a Bush a batirse con él en la sabana venezolana: “Te metiste conmigo pajarito”. Durante la guerra de Irak, toda la gente progresista del planeta quisimos poder plantar cara a Bush como lo hizo él.



Cualquiera que revise la hemeroteca y los manuales podrá comprobar que los presidentes latinoamericanos han optado -resumiendo y simplificando-, por dos caminos. El primero: no modificar el sistema en el que han aterrizado, dejar las cosas tal cual las encontraron: con unos niveles de desigualdad insoportables perpetuados por un sistema clientelar, nepotista y corrupto y unas multinacionales coaligadas con las élites que saquean los recursos del país a sus anchas. La segunda opción; intentar cambiar el sistema de raíz y acabar con la pobreza y la dependencia internacional.

El camino fácil es el primero -no hacer nada- y quien lo ha practicado ha gozado de la amistad y los agasajos de Estados Unidos, Europa, el FMI, las multinacionales y la prensa internacional. Quien ha pretendido cambiar las cosas y enfrentarse a las élites ha sido atacado y tildado de dictador por todo el establishment del planeta. Entre los primeros están los presidentes que pasarán a la historia por perpetuar un sistema injusto y corrompido: el argentino Menem, el colombiano Uribe, el mexicano Calderón o el peruano Alan García. Entre los segundos, entre quienes han luchado por cambiar su país, está Fidel Castro, Evo Morales, Nestor Kirchner, Rafael Correa, José Mujica y Hugo Chávez. Se puede debatir y matizar hasta el infinito sobre sus logros y sus errores. Se les puede y debe criticar, pero hay algo innegable: ellos escogieron el camino más difícil porque creyeron que era necesario para acabar con la pobreza en sus países. La prensa siempre les atacará. Los datos objetivos y las estadísticas les dan la razón.

Recorrí Cuba en los últimos momentos de plenitud de Fidel, trabajé en Ecuador cuando Correa ganó las elecciones, viví el fraude electoral en México, la muerte de Kirchner en Buenos Aires... Son más de diez años yendo y viniendo de América Latina y asistiendo a un cambio de conciencia de la gente que, pese a quien pese, tiene mucho que ver con lo que inició Fidel y lo que impulsó Hugo Chávez.

¿La historia le absolverá? No lo se. Hay dos cosas incuestionables: ese `extraño dictador´ ganó todas las elecciones a las que se presentó con una participación altísima y a la vez padeció la mayor y más nefasta campaña internacional de manipulación informativa de la historia. La derecha rancia y neoliberal de todo el planeta le consideró el enemigo público número uno. Algo bueno debió de tener para caer mal a tanto hijo de puta.

Solo le vi una vez, en una visita que hizo a Madrid en el año 2004. Los militantes de Comisiones Obreras le presentaron en la sede de Atocha con ese tono entre cenizo, torturado y solemne tan propio de nuestra izquierda. Y él salió contando chistes e interactuando con la gente. Puede que su discurso sonara populista ante nuestros oídos 'europeos', pero como resume Ramón Lobo: siempre tuvo el compás, la letra y la música que mueven montañas. Oyéndole despertabas de la somnolencia en la que esos camaradas-coñazos te habían sumido. Me di cuenta de que si no cambiábamos de fórmula jamás nos comeríamos una rosca. Y en eso seguimos.

Por todo ello, porque son muchos años cabreándome y riéndome y viajando por una Latinoamérica cada vez más consciente de sí misma, me da muchísima pena que este personaje se haya ido para siempre.

El gran sabio Eduardo Galeano recordó las palabras de un venezolano pobre: “No quiero que Chávez se vaya porque no quiero volver a ser invisible”. Chávez ya se ha ido y ahora los pobres de Venezuela tendrán que seguir siendo visibles por ellos mismos.

Que descanse en paz.

31 Dec 2012

ACTORES EN LUCHA

Juan Diego Botto, Carlos Bardem, Antonio de la Torre, Alberto San Juan y Tristán Ulloa. Cinco de los actores más conocidos y reputados de España hablan de su oficio, de la crisis, de la subida del IVA y de las alternativas del gremio. ¿Qué harían si fueran jóvenes de 25 años en paro?


JUAN DIEGO BOTTO



No hay una manifestación importante en la que no se le vea. Madrileño de origen bonaerense, huyó de su país junto a su familia cuando tenía tres años: su padre fue uno de los 30.000 desaparecidos que se cobró la dictadura militar argentina. Hoy es uno de los actores de cine más reputados de España. Pero no solo eso, también dirige y escribe obras de teatro, en las que funde modélicamente esos dos conceptos de tan irregular simbiosis como son el arte y el compromiso ideológico. En su último trabajo, Un trozo invisible de este mundo, (que escribe y protagoniza) habla de temas que le tocan muy de cerca; la represión, el exilio, la inmigración y el desarraigo. Un éxito de crítica y público.

Como actor, siente que le llegan menos proyectos, más baratos y con un sueldo bastante menor. “Hoy los ayuntamientos pagan con mucho retraso. Mucha gente que se ha arruinado porque ha tenido que adelantar el dinero a todo el equipo. Solo sobreviven proyectos muy comerciales, financiados por Telecinco y otras grandes cadenas”.

Como la mayoría de sus compañeros, Botto ve la subida del IVA como un ataque premeditado: “Creo que está encaminada a mermar el consumo de cine. Es un ataque en toda regla”. Y a toda acción le sigue una reacción: “Un ataque así genera unión entre los actores. No creo que estemos tan unificados ideológicamente. Es la crisis lo que nos une. Hay que batallar si queremos que algo cambie”.


CARLOS BARDEM



Aunque algunos le conocen por ser hermano de uno de los actores más reconocidos a nivel mundial, ha demostrado ser mucho más que eso. Además de ser guionista y novelista, su papel en Celda 211 le ha consagrado como uno de los secundarios de lujo del cine español. En el cine ha interpretado a muchos tipos duros, pero en la realidad se muestra mucho más reflexivo. “En un país con más de cinco millones de parados, donde cada vez hay más peligro de exclusión para más gente, encarecer de manera descabellada las entradas a espectáculos solo se explica desde la ideología y las ganas de destruir un sector mayoritariamente contestatario con el poder”. Para él, la medida recaudatoria no tiene ningún sentido: “Es una simple vendetta. Lo único que se consigue es paralizar producción y distribución. Y por extensión abocar al paro a cientos de miles de familias”.

Como solución: la protesta ciudadana: “Desgraciadamente, no creo que den marcha atrás. Ni en esto ni en otras políticas nefastas. No a menos que la ciudadanía se oponga con mucha más fuerza a la estafa política, social y económica que vivimos”.

Bardem se siente a gusto en el colectivo de actores y lo concibe como un grupo “muy activo en las movilizaciones sociales, y no solo por sus demandas sectoriales sino en las del resto de la ciudadanía”. Preguntado sobre las críticas de ciertos sectores que acusan a su familia de ser millonarios de izquierdas, afirma que ese es un tópico apestoso: “Es inmundo criticar a alguien que está bien por defender las reclamaciones de quienes lo tienen peor. Es propio de gente mezquina y envidiosa”.

Desempleo, precariedad, inestabilidad laboral… El panorama que espera a los jóvenes actores es desalentador. Pero Bardem se muestra optimista y reivindica un oficio “maravilloso y vocacional” que define como un delicioso veneno: “Si tuviera 25 años y acabara de salir de la escuela me prepararía para luchar muy duramente por trabajar en algo que está castigado y atacado desde el poder, Quieren convertir el teatro en una actividad perseguida, calumniada y estigmatizada. Pero no pueden. No hay profesión más hermosa”.


ANTONIO DE LA TORRE




Sus fugaces apariciones como extra en películas de los años 90 lo confirman: Antonio de la Torre es el mejor ejemplo de actor empecinado, de voluntad inquebrantable y paciencia infinita, capaz de recorrer todas las productoras en busca de un papel y de esperar más de una década hasta poder demostrar que es uno de los mejores actores de España. Visceral y absolutamente verídico, sus papeles en Azul oscuro casi negro, Gordos y Balada triste de trompeta dejaron de piedra al público y toda la industria cinematográfica española.
“Yo tengo mucha suerte porque juego en la Champions en un momento en el que le va muy mal a casi todo el mundo. Y tengo una sensación agridulce y contradictoria”.

Hoy afirma que, pese a las dificultades, volvería a hacer lo mismo: “Si tuviera 25 años haría lo mismo que hice, ir a todas las productoras a dar el coñazo a todo el mundo”. Anima a los jóvenes actores a juntarse y crear grupos de teatro, “como lo hizo mi amigo Alberto San Juan con Animalario”.

De la Torre resume la situación política con una metáfora: la prudencia entra por la puerta y la moral sale por la ventana. “Todo el mundo sabe que la subida del IVA está perjudicando mucho el consumo de cultura. Para mí la cultura es el conocimiento que lleva a formarte un juicio propio y crítico y por eso no interesa. Y sin cultura la sociedad queda prisionera. Es una involución en toda regla. Quiero pensar que el Gobierno puede reflexionar y dar marcha atrás. Pero para que eso ocurra la sociedad les tiene que dar la espalda, y es lo que está sucediendo”.

ALBERTO SAN JUAN




Es el sueño de cualquier actor: Terminar la escuela de interpretación, fundar una compañía, combinar la platea con la gran pantalla y alcanzar el éxito en ambos terrenos. San Juan predica con el ejemplo: “Lo que yo haría si tuviera 25 años sería lo mismo que hice: juntarme con mis compañeros, montar un grupo de teatro y ponerme a actuar”. El resultado fue Animalario, la compañía que fundó junto a Guillermo Toledo y que ha revolucionado la escena española con obras inolvidables como Alejandro y Ana, Marat-Sade y Urtain.

El actor, al que solemos ver en papeles cómicos, en un despliegue de carisma y sonrisa pícara, se muestra serio y beligerante. Hace un mes declaró en una entrevista en el El Mundo que no existen los intelectuales de derechas, “porque los intelectuales se definen por cuestionar el poder, y la derecha por definición defiende al poder y está en contra de la emancipación del hombre”. Pero tampoco concibe el colectivo de actores como un gremio revolucionario y unitario: “Eso de que los actores somos de izquierdas es mentira. Somos un colectivo como cualquier otro”.

San Juan no para de trabajar. Acaba de terminar la gira de Hamlet, dirigida por el reputado director británico Will Keen, ha estrenado hace poco Una pistola en cada mano, la exitosa comedia de Cesc Gay en la que actúa junto a Tosar, Darín y otros grandes actores del momento y está a punto de estrenar El amor no es lo que era, la opera prima de Gaby Ochoa. Aún así asegura que no tiene casi ningún proyecto por delante y que el “panorama está bastante complicado”, incluso para él. “Cada vez me llegan menos guiones y menos proyectos. Ahora mismo no puedo elegir en qué proyecto trabajar. Tan solo puedo elegir, trabajar o no trabajar”.

TRISTÁN ULLOA




Ha actuado en más de 20 películas y ha sido nominado cinco veces a los Goya, una de ellas como director novel de la película Pudor. Pero a Tristán Ulloa no se le caen los anillos y ante la carencia de proyectos en la gran pantalla apuesta por el teatro independiente, que ejerce actualmente como director en la compañía Adentro que ha estrenado En construcción, un proyecto que él mismo define como el “dogma del teatro”.

Nieto de exiliados, Ulloa siente que estamos viviendo la época más desesperanzadora de nuestra generación: “Están cortando nuestras esperanzas y causándonos una depresión anímica. Se respira tristeza, desilusión. Nunca recuerdo haber vivido esto antes. Mi abuela me contaba que desde la posguerra la gente no está tan tocada”. Aún así, no se rinde: “Hoy tenemos que hacer cooperativas y si los proyectos salen adelante cobraremos; si no, ya veremos. Hoy, para trabajar, hay que echarle más alma que nunca”.

Y en cuanto al colectivo de actores, también se siente optimista. Coincide con San Juan al afirmar que el estigma de los actores izquierdistas es un mito. Pero como Botto, opina que la crisis y las medidas de los políticos están uniendo al gremio. “Cada vez hay más comunicación entre nosotros. Antes cada uno iba a lo suyo. Se ha formado una mancomunidad que antes no había”.

23 Dec 2012

CALLES DE OTRO MUNDO





Plazas africanas, bulevares asiáticos, esquinas dominicanas, parques sudamericanos... Tras el boom de la inmigración algunos barrios madrileños han experimentado una transformación que les ha dejado irreconocibles. Este es un retrato de las zonas más étnicas, marcadas por el paro, la desigualdad, y la compleja convivencia entre foráneos y nativos. (Pulsar en las imágenes para ver la fotogalería).




En un extremo de la plaza de Lavapiés está Vicente López, madrileño de 74 años nacido y crecido en el centro de Madrid. Cuando cierra los ojos rememora las verbenas de su juventud, repletas de jóvenes con chaleco, boina, pañuelo y manolas embutidas en vestidos de colores. Se dirige a su negocio, una vieja relojería en la calle de la Fe. La abrió hace 50 años y la mantiene intacta, como un vestigio arqueológico de una ciudad que ya no existe.

En el otro extremo de la misma plaza está Diakité (Diego para los amigos), un senegalés con rastas de 29 años, prototipo del babel de razas, acentos y costumbres que es hoy Lavapiés. Es uno más entre las decenas de africanos que custodian las esquinas del barrio. “Esta plaza era la zona más castiza de Madrid. Pero hoy es más africana que otra cosa”, reflexiona el relojero.
En la capital conviven más de 180 nacionalidades distintas y el 22% de los habitantes son extranjeros. Los latinoamericanos son mayoría (un 51% del total), seguidos de los europeos (30%), asiáticos (9,5%) y africanos (7,4%). Tetuán, Lavapiés, Usera, Puente de Vallecas y Carabanchel son las zonas con mayor concentración de inmigrantes.

Según datos del Ayuntamiento, dos tercios de los madrileños están a favor del fenómeno migratorio, pero en las zonas mencionadas la integración es más compleja. Para unos son barrios multiculturales donde la convivencia mejora cada año. Para otros, guetos de desarraigo, droga y “mafias”.


Lavapiés multiétnico


La geografía humana de todo el planeta pulula por Lavapiés. Un microcosmos de transeúntes africanos, vendedores chinos y pakistaníes, locutorios de indios, mezquitas de bangladesíes y marroquíes, fruterías sudamericanas y grupos de turistas haciendo fotos ante la mirada golosa de los descuideros. Las patrullas de policía vigilan constantemente la zona, donde cada vez quedan menos negocios regentados por españoles.

La mezcla de alta inmigración y población envejecida dificulta a veces la integración entre españoles y extranjeros. Y mientras algunos ancianos se quejan del ruido y “la peligrosidad”, los jóvenes (el 23% del barrio son universitarios) se muestran encantados con el panorama multirracial e incluso han formado brigadas vecinales para impedir las detenciones xenófobas. “Varias veces los policías hemos tenido que salir corriendo de Lavapiés porque los estudiantes nos increpan”, cuenta el inspector José María Benito “nuestra presencia allí es muy necesaria porque se mueve mucha droga en calles y bares”.

De vez en cuando la policía irrumpe en el barrio para llevar a cabo redadas, detener a camellos y cerrar algún que otro bar. “En este barrio no hay violencia. Se podían ir a la Plaza del Reina Sofía a joder la marrana a los pijos que van a la disco Kapital. Siempre están haciendo botellón, meando, dando alaridos peleándose, estallando botellas y destrozando la calle”, acusa Diana, vecina de la zona.


El 67% de los bangladesíes y el 34,2 % de los senegaleses de la ciudad se concentra Lavapiés, sobre todo en la mencionada calle Amparo y en la Plaza de Cabestreros, a unos 100 metros de la de Lavapiés. Diakité es uno de los tantos africanos callejeros del barrio. “No me dedico al trapicheo, pero ya sabes, si alguien me pide yo se dónde encontrarlo”, comenta mirando a todos los lados. Fuentes policiales confirman que no es un área especialmente conflictiva, ni en la que actúen grandes mafias, sino grupos de camellos dedicados al menudeo de droga; “pequeñas chirlas”, en argot policial.

En algunos locales de la zona el movimiento no deja lugar a dudas. Dominic, senegales de 32 años, es camarero de uno de los bares más frecuentados de la zona. Sus ropas anchas, sus rastas, sus pómulos marcados y sus enormes dientes blancos le dan un aspecto simpático a la par que imponente. “Parece Omar, el de esa serie americana, The Wire”, comenta una clienta española mientras Dominic le prepara un cóctel y le guiña el ojo. Cada rato entran grupo de pakistaníes y africanos, chocan la mano y sonríen y vuelven a salir sin consumir nada. Mientras, los clientes se embriagan a base de mojitos bien cargados. Nadie parece darse cuenta de nada. La convivencia es óptima. Todos tienen lo que quieren.

El ritmo dominicano de Tetuán


Se dice que no hay dominicano residente en Madrid que no haya pisado por una razón u otra este barrio. En Tetuán, las calles de Topete, Almansa y Tenerife, aledañas a la comercial Bravo Murillo y a la glorieta de Cuatro Caminos, son un espectáculo digno del Nueva York latino: decenas de peluquerías convertidas en puntos de encuentro hasta altas horas de la noche, grupos de caribeños apostando en ruidosas partidas de dominó en las aceras, niños jugando al fútbol y al béisbol en medio de la calle, raperos improvisando rimas en las esquinas y mulatas bailando en locales de salsa con la música a toda pastilla. “¿Te gusta, hermano? A este barrio lo llamamos el pequeño Caribe de Madrid”, cuenta William, vecino de la zona.

Las reacciones entre españoles son las mismas que en Lavapiés: ancianos escandalizados y jóvenes encantados que aseguran que la convivencia ha mejorado mucho. Fuentes policiales confirman esta impresión: los mayores incidentes son pequeños hurtos, peleas tribales, coches con la música a tope y muy de vez en cuando un asesinato, como el de Luis Carlos Polanco, dominicano de 23 años que recibió un tiro en la cabeza en 2009 en plena calle Topete.


Balaguer es uno de los personajes más carismáticos del barrio. Madrileño nacido en Cuatro Caminos hace 72 años, vivió la trasformación de la zona desde la llegada de los primeros dominicanos en los años 80 y decidió ser uno más entre ellos. “Al principio me costó que me aceptaran. Entraba a los bares y me miraban raro. Pero hoy mírame, soy el puto amo del barrio”.


En todos los bares es recibido y celebrado “Balaguer mi helmano, vamo a bailá”. De lunes a domingo trasnocha en la Calle Topete emborrachándose y bailando con las jóvenes mulatas y hablando de política dominicana con los hombres: “Me llaman Balaguer por el antiguo presidente dominicano, el cerebro del dictador Trujillo”. Asegura que en el barrio hay mucha mafia, “pero a mi lado no hay problema con nadie”. Y eso parece, todo el mundo le saluda sonriente y añaden “si vas con Balaguer, vas seguro, porque todos le respetan y le quieren”.

Pero siempre hay excepciones. Al hacer una foto en un callejón se oye una voz ronca y caribeña: “¿A qué pinga se debe esto?”. Y el mismo Balaguer se pone nervioso y hace gestos de que es hora de marcharse. Se trata de El León, un mulato delgado y fibroso de unos 45 años, que viste cazadora de cuero y lleva pendientes colgantes en ambas orejas. “Aquí todo debe hacerse con mi permiso. Yo controlo el barrio y las bandas latinas”. Sea verdad o no, todo el mundo calla cuando él habla e incluso los raperos de las esquinas bajan la voz a su paso y le saludan diligentes.

En un barrio donde el 27% de los parados son extranjeros, muchos jóvenes dominicanos son carne de cañón para las bandas latinas como los Trinitarios y los Dominican Don´t Play. “Ya tú sabes, nos traemos lo bueno y lo malo de allá”, concluye Wilson.


El Chinatown de Usera


El 22% de los asiáticos de Madrid se concentra en el barrio de Usera, considerado el Chinatown de la capital. El aspecto es el de una ciudad asiática ornamentada de elegantes farolillos rojos y letretos en grafía china. En calles como Dolores Barranco el 85% de los negocios pertenece a chinos. Con solo un paseo se percibe el tejido social de esta comunidad discreta y hacendosa. Todo el mundo está trabajando en inmensos bazares, restaurantes y tiendas de todo tipo. Nada de reuniones callejeras ni de peleas. Casi todos son reacios a hablar. “No tenemos tiempo para discutir porque no venimos aquí a eso”, comenta Tinting Zhang, trabajadora china de 29 años. “Venimos a trabajar y eso es lo que hacemos: tra-ba-jar”.

Fuentes policiales afirman que los chinos son la nacionalidad más pacífica y que menos delitos violentos cometen contra españoles. "Las mafias chinas son las más sofisticadas, se dedican principalmente al fraude fiscal, al blanqueo de dinero y al contrabando de productos a gran escala. Los chinos procuran llevarse muy bien con españoles y no causar problemas. Solo emplean violencia contra sí mismos, casi siempre en forma de explotación laboral en talleres", explica un detective de homicidios.

Alfonso Chao, presidente del Comité para la Educación y la Integración de los Inmigrantes Chinos en España asegura que la convivencia con los españoles ha empeorado desde la macro redada en el polígono asiático de Cobo Calleja (Fuenlabrada): “Se está produciendo un alejamiento mutuo entre nosotros y los españoles. Es muy triste, porque se nos señala como mafiosos cuando hemos contribuido durante diez años a la economía española”.


La comunidad asiática siempre ha gozado de fama de trabajadora y las cifras corroboran esta impresión: el 95% de los chinos de España están trabajando. “Convivimos con ellos sin problemas”, comenta bromeando un vecino gitano de Usera: “Ellos trabajan de sol a sol y nosotros no curramos ni los días de lluvia”.




El sur latinoamericano

Los distritos del sur de la capital, como Latina, Carabanchel y Puente de Vallecas son las zonas con más paro de la ciudad y con mayor porcentaje de extranjeros desempleados (el 35%). Los ecuatorianos son la nacionalidad más numerosa y la más afectada por la crisis.


El ADN de la zona de Puente de Vallecas se encuentra en el Bulevar y la calle Peña Gorbea, punto de encuentro de familias enteras de latinoamericanos. Algunos hacen parrilladas, otros se emborrachan e incluso hay quien predica al buen Dios con megáfono. En las esquinas algunos camellos y toxicómanos tambaleantes se pinchan en las rodillas ensangrentadas, tiran las jeringuillas al suelo y se gritan constantemente cuando les vuelve a entrar el mono. Entre medias, una pareja de ancianos pasean atónitos ante los maniquís de las tiendas colombianas, cuyos pechos tienen el tamaño de balones de fútbol: “No es que tengamos nada contra los extranjeros, es que aquí se junta lo peor de cada casa”, comenta la mujer septuagenaria. Aunque los vecinos se quejan del ruido y la suciedad, los incidentes no son frecuentes.

"Los mayores altercados son las peleas tribales entre las bandas latinas y el tráfico de drogas cuyo núcleo está en la Cañada Real controlada por rumanos y gitanos españoles", explican fuentes policiales. La diferencia entre las mafias rumanas y las bandas latinas es que las primeras se crean para delinquir y cometen muchos delitos contra la propiedad, mientras que las latinas surgen para crear hermandad y para defenderse de otros grupos hispanoamericanos con los que tienen peleas tribales. Aunque también delinquen, este no es su objetivo fundacional. Los latinos casi nunca agreden a los españoles.

Maribel, vecina madrileña de 62 años vive en un cuarto de la Calle los Yébenes, en el barrio de Aluche. Desde su ventana tiene una vista privilegiada: el perfil de Madrid al completo delante del cual se eleva el Parque del Cerro de la Mica, en el que se asentaba uno de los poblados chabolistas más peligrosos de la capital.


Hoy, el cerro es un parque verde repleto de caminos, farolas y canchas de futbol y baloncesto. Todos los fines de semana cientos de ecuatorianos se agrupan en este parque para tomar el sol, hacer deporte y festejar el fin de semana. Vienen de todo Aluche y Carabanchel pero también de zonas más alejadas, como Parla y Getafe. Salen de la Renfe de Laguna (en una esquina del cerro) con sus neveras y sus bártulos, dispuestos a hacer picnic. “Son buena gente, no tengo nada contra ellos y ellos no se meten con nosotros, pero tampoco hay convivencia. Lo peor es que arman un follón… En verano hemos pasado noches toledanas”, cuenta Maribel.

El sábado 8 de noviembre la policía expulsó de las canchas de baloncesto a los latinos que las usaban. Unos dicen que fue por la suciedad que provocaban, otros dicen que por las peleas, otros que por racismo… Ni la policía ni los afectados dan motivos claros. “Usted puede ser policía y yo no soy cuentero”, es la respuesta más común entre los ecuatorianos. “Ahora que ellos no están, el parque ha quedado casi vacío”, cuenta Maribel “esto ya es más suyo que nuestro, porque ellos lo usan y nosotros, los españoles, somos más caseros. Y ya se sabe: El buey es de donde pace, no de donde nace”.



Cuando los primeros rayos del sol tiñen de amarillo las calles de Madrid, los inmigrantes trasnochadores y los madrugadores se cruzan. Asociaciones y ONGs aseguran que los muros de la incomunicación cada vez son más débiles. Los ancianos se acostumbran poco a poco a vivir en calles de otro mundo y los jóvenes se mudan a la zona premeditadamente buscando un ambiente multiétnico. La crisis y el paro obligan a muchos al retorno, pero para estos barrios no hay vuelta atrás. Casi todos los jóvenes de Lavapiés coinciden: si todos se fueran, Madrid sería mucho más aburrido.

22 Nov 2012

VIVIR EN EL ALAMBRE




El “Balas” roba cobre, vende droga y vive como okupa en San Martin de la Vega. A falta de trabajo, vivir 'en el alambre' la única forma que conoce para ganarse la vida. Le acompañamos en su jornada delictiva


Me llaman el Balas por lo nervioso que soy, por la forma de moverme, porque nunca me he acojonado de nadie, porque si he tenido que pegarme con los mayores o con quien fuera lo he hecho. He recibido más hostias de las que he dado, lo reconozco. Pero nunca he huido, nunca he dejado que nadie me vea correr. Cuando me he enfrentado a alguien más fuerte que yo, le he mordido un ojo o una oreja. Tampoco he sido un chivato, nunca. Eso es lo último. Si me he tenido que comer un marrón por defender a un amigo lo he hecho. Quien me conoce lo sabe.



Al volante del Ford Sierra robado está el Balas, de 26 años: “¡Primo termínate ya la litrona que llegamos!”. Le pasa la botella de Mahou a su compañero, apodado Chustas. Queda más de la mitad de cerveza, pero este empina el cristal decidido a bebérsela de un trago. Mientras bebe, un frenazo le impulsa hacia adelante mojándole la cara y el abrigo. “Mejor paramos aquí, para que no nos vean los maderos”, dice el Balas mientras su amigo se acuerda de sus muertos. Bajan en medio de un descampado, abren el maletero y sacan guantes, tenazas y una enorme bolsa de plástico transparente. Mirando a todos los lados se aproximan a la estación de Renfe del pueblo de San Martín de la Vega. El sol está cayendo. No hay ni un alma alrededor. La estación está abandonada desde abril de 2012, por falta de usuarios. “Perfecto para dar el palo y llevarnos el cobre”, dice el Balas, riendo a trompicones, como si tuviera hipo.



Se aproximan a una verja de alambre. En menos de un minuto han cortado un agujero circular de un metro de diámetro. Enrollan el cable hacia dentro para evitar rajarse y lo cruzan. Chustas aún lleva la litrona que no se pudo terminar. Suben por un terraplén hasta llegar al andén de la estación, desde el que se ve el pueblo y las carreteras limítrofes. San Martín de la Vega está a 31 kilómetros al sur de Madrid, tiene casi 20.000 habitantes, de los cuales 2.500 están en paro (un 15% más que en 2011).

La estación luce desamparada y polvorienta, pero hay rastros de actividad reciente: el suelo está lleno de cristales y de baldosas arrancadas, debajo de las cuales hay restos de cables cortados. “Me cago en los putos rumanos, se nos han adelantado”, maldice el Balas. “No importa”, añade el Chustas “tendrán que regenerar el cable para que el tendido eléctrico no se quede sin luz. Por ahora llevémonos lo que queda”.


Desde 2007 el cobre se ha convertido en un material muy codiciado debido al aumento de su precio (6 euros el kilo). Las bandas mafiosas lo roban del tendido eléctrico y dejan sin luz calles enteras, varios tramos de carretera, estaciones de tren y fábricas. El círculo es el siguiente: se corta el cable con guantes para evitar la electrocución, se pela la goma, se vende a un chatarrero, quien a su vez lo funde, lo recicla y lo vende a otra empresa (energética, eléctrica, ferroviaria, etc). Estas vuelven a fabricar el cable que vuelve a ser robado. Y así consecutivamente. Entre medias, compañías como Endesa sufren unos 300 robos al año y tienen hasta 5 millones de pérdidas. Las principales afectadas son Telefónica, la energética Endesa y las ferroviarias Cobra y Adif.

“Robar cobre es lo más seguro y lo más fácil. Porque si robas tiendas dejas rastro y te arriesgas, pero con el cobre nadie te ve ni dejas pistas”, razona el Balas. En el último año y medio la Policía Municipal de Madrid ha recuperado casi 20.000 kilos de este metal y ha detenido a más de 1.500 personas.


El Balas está cabreado, busca con la mirada algún lugar en el que quede cobre. Resopla, agarra costosamente una papelera metálica de un metro de altura y la lanza contra el cristal del ascensor de la estación. El estruendo resuena por toda la zona. El vidrio no se rompe pero se resquebraja. Al segundo intento lo consigue, el cristal cae a pedazos y el Balas entra en el interior. Se pone los guantes, agarra uno de los cables que hay dentro y tira con fuerza. Arranca un metro. Se quita el guante, toca el cobre con la mano desnuda y pega un alarido de dolor. “Tranqui tío que era broma, no hay luz”, dice con una risa ronca y dientuda, “un colega mío se quedo en el sitio por cortar un cable de estos”. A continuación lo corta con la tenaza.



Mientras arranca todos los cables del ascensor, el Chustas destapa las baldosas y canaletas que quedan tapadas y corta los restos de cobre que quedan. Toda la estación y los postes eléctricos aledaños están plagados de goma vacía. “Sus muertos. Agáchate, agáchate aquí en la vía”, dice de repente. Desde el andén se ve un coche de policía aproximarse, quizás alertado por el estruendo del cristal roto. “Si nos pillan aquí con todo esto destrozado nos joden vivos”. Los dos se ponen de rodillas y se esconden bajo el desnivel de las vías. El viento corre y empieza a oscurecer. Los policías pasean por la entrada de la estación. El Balas contiene la respiración. Tras cinco minutos los agentes se marchan.


Cuando terminan de cortar los restos de cobre regresan al coche con los cables enrollados en la bolsa de plástico. “Las chatarrerías me dan 6 euros por un kilo de cobre pelado. Si se lo entrego sin pelar me dan solo 2 euros. A mí me ven llegar, me conocen y no me piden ni el DNI. Me dicen, métete por detrás y negociamos”, explica Balas entre calada y calada. Las chatarrerías y desguaces consultados en San Martín de la Vega confirman los precios: 6 euros por un kilo de cable pelado de buena calidad. Un euro y medio por un kilo de cable sin pelar. “Nosotros somos legales” comenta el dueño de un desguace que no quiere ser identificado, “compramos cobre a otras chatarrerías más pequeñas. Si ellos lo han comprado a ladrones, es su problema, no el nuestro”. Todos los negocios consultados insisten en que la vigilancia policial les obliga a ser más rigurosos a la hora de comprar cobre: “Antes compraba 100 kilos a cualquiera, ahora procuro no comprar más de 20, y solo a conocidos”, afirma un empleado de Derichebourg, un desguace al por mayor. Todos culpan a las chatarrerías ilegales de la compra de cobre ilegal, pero nadie sabe donde están ni quieren dar más detalles.

“Vamos a vender un poquito de maría y os enseño mi keli”, dice el Balas. El Ford Sierra se dirige a El Quiñón, un barrio de 3.000 habitantes al oeste de San Martín de la Vega, donde uno de cada tres habitantes son inquilinos ilegales. Pero la mayoría de ellos no son okupas al uso, ni militantes de ningún movimiento reivindicativo, sino delincuentes que han sido expulsados del poblado ilegal de la Cañada Real, uno de los núcleos de venta de droga más grandes del sur de Europa, en el que se han detenido a más de 1.500 personas y se han incautado decenas de miles de kilos de cobre y drogas de todo tipo.

Los índices de delincuencia de Madrid reflejan una disminución de un 3% en los primeros seis meses del año, pero a costa del extrarradio: muchas de las bandas que vivían en los poblados chabolistas de la capital (como el Cerro de la Mica y Caño Roto) pasaron desde los años noventa a otros poblados del sureste (las Barranquillas, la Celsa y la Cañada Real) y ahora estos son a su vez expulsados a poblaciones aún más al sur; como San Martín de la Vega y Seseña. El problema sigue vivo, pero cada vez más lejos del centro. La alcaldesa de San Martín, Carmen Guijorro (del PP), advierte que se trata de una “okupación organizada” que aumenta debido al efecto llamada. El pasado 19 de octubre el PP anunció una intensificación policial en la zona y las consecuencias se palpan: a cada rato un coche patrulla pasa por las cercanías de El Quiñón.

Pese a su mala fama, el aspecto de El Quiñón no es demasiado imponente; una hilera de bloques de ladrillo grisáceo absolutamente corrientes, excepto por las pandillas de jóvenes camellos que patrullan las esquinas. En las calles de El Quiñón y Pintor Rafael Botí hay una media de dos viviendas okupadas por portal. “Cuando salgo de casa tengo que dejar la habitación y la tele encendidas” comenta un vecino de unos 30 años “porque sino se me mete gentuza aquí dentro, como les ha pasado a otros”.

“¿Balas loco, ¿que tal? ¿quién es este mierda?” le dice uno al ver a un desconocido con él. “Como te metas con mi amigo te inflo a hostias”, le advierte. Reparte dos bolsas de marihuana de tres gramos cada una y recibe 40 euros a cambio.

El Balas nos enseña la casa en la que vive de okupa, un chalet gris y elegante situado cerca de El Quiñón, pero en una calle de mucho más nivel adquisitivo. La pulcritud del conjunto contrasta con las ropas viejas de chándal que lleva su peculiar inquilino. El único elemento extraño es el cerrojo que ha sido arrancado y cambiado por otro viejo y oxidado. “¿Has visto que choza? Uno de esos niñatos al que llaman el cerrajero me la abrió por 200 euros” explica con su risa de hipo. En el barrio, los jóvenes de El Quiñón se encargan de abrir casas por unos 500 euros de media. “Después solo tienes que cambiar los fusibles para tener luz gratis y listo. ¡Ya tienes casa!”, cuenta mientras abre su puerta y la bloquea por dentro con una barra metálica.


El interior es muy amplio, tiene 200 metros cuadrados, seis habitaciones, tres cuartos de baño y un patio muy ancho que sirve de terraza. Luce fría, oscura y vacía, se respira desolación. Un sillón verde con bordados de hojas de marihuana, una estantería y una pequeña televisión son el único amueblado. El balas tiene hambre y ganas de fumar. Lo primero lo resuelve abriendo una bolsa de pan bimbo y comiéndose 10 rebanadas: “Esta mierda es lo que como todos los días”. Para lo segundo se muestra más sofisticado. En la planta de arriba de su casa tiene una plantación de 15 macetas de marihuana expuestas a la luz de un alógeno de 500 vatios. “La maría cultivada en interior sale mejor y cuesta hasta 9 pavos el gramo, la normal, unos 6 euros”, explica enseñando el polvo de polen que extrae de la hierba. Mientras se fuma el porro no cabe en sí de felicidad: De pronto se quita el jersey y hace una exhibición de golpes callejeros acompañados con gritos de Bruce Lee.


“Ahora ya no me meto en líos” cuenta “solo tengo problemas con unos camellos a los que robé la marihuana. Me están buscando para reventarme. Pero no tienen cojones a venir aquí”. Según acaba la frase se oye un golpe en la puerta, una pedrada que provoca eco en el interior. Si son ellos y consiguen entran a la casa, está acorralado. Pero Balas no se amedrenta: salta como un muelle, coge un cuchillo de la cocina y sale disparado a la puerta: “Hijos de puta os meto un tajo”. Unos chiquillos corren como locos por la calle. Solo era un aviso, parece. Pero suficiente para cambiar el semblante de un tipo duro. “No puedo dormir por las noches, me emparanoyo y a veces me despierto con depresión, preguntándome que estoy haciendo con mi vida”, reconoce con voz triste.

“En el mundo de la delincuencia no hay amigos. Si les debes dinero son capaces de matarte. Y si no te pillan a ti irán a por tu madre y le pegan un palizón delante de ti. Aquí descubrí la maldad de la gente. La gente es muy malvada. Y esta zona del sur de Madrid es lo peor que hay en el mundo”.

El efecto del porro y las litronas lo relaja poco a poco y comienza a rememorar su pasado y a sincerarse: El Balas con 10 años, flaco, nervioso y rápido como un disparo, el Balas robando los abrigos plumas a los niños pijos del instituto, el Balas reventando el cristal de una perfumería con una tapa de alcantarilla y saqueando el interior, el Balas tirando a una prostituta a patadas por un terraplén, pegando una paliza a un policía entre siete amigos, robando un coche y sintiendo la adrenalina de la persecución, durmiendo helado de frío en un calabozo, drogándose hasta el delirio, dando y recibiendo golpes sin rendirse.

El resultado es un tipo delgado y fibroso como un alambre, de rostro deformado por los golpes, dientes rotos, nariz torcida y pupilas dilatadas. Cuando deja un curriculum en una pizzería el encargado lo mira extrañado, como temiendo que vaya a atracarle.

"Yo con 10 años ya fumaba, robaba y me drogaba. Cuando era pequeño los jefes de las bandas nos pagaban para robar y vender droga. Se aprovechaban de los chiquillos y nos tenían acojonados. Me decían pégale una hostia a ese, sin venir a cuento. Y yo iba y me liaba a hostias con quien fuese sin ninguna razón. La gente me inculcó la maldad y cuando he querido cambiar nadie me ha creído. Caigo mejor cuando muestro mi peor cara. Lo único que ha cambiado es que ahora nadie se mete conmigo porque me tienen miedo. Ya no tengo amos, ahora no se atreve a darme ordenes ni Dios".

El Lazarillo vándalo sigue dedicándose a la picaresca, pero ahora él es su único amo. “Intento salir de todo esto y trabajar como uno más, pero nadie me contrata y con la crisis menos aún. No tengo ni para comer. Luego te das cuenta de lo fácil que es vender droga y cobre y entiendes que los jóvenes se dediquen a robar ¿Qué coño quieres que hagan?”.

Anochece en San Martín de la Vega. Es hora de vender la hierba y ese trabajo lo tiene que hacer solo. El Balas se despide en la puerta de su casa. Abraza a sus amigos, agradecido por la compañía. Se resiste a regresar a la fría soledad de su piso. Le convence un coche patrulla que entra por la calle. “¡Hostia los municipales!”. Se mete corriendo en su casa. Minutos antes, preguntado por la posibilidad de que le arresten se mostró firme y convencido: “A mí no me van a atrapar vivo”.

15 Nov 2012

La dimensión desconocida

El punto entre la frontera y el desierto de Ciudad Juárez es una dimensión crepuscular, desconocida. ‘Huesos en el desierto’, Sergio González Rodríguez

La gente siempre comenta las pesadillas y los trastornos que deben sufrir quienes asisten a un crimen, un atentado o una matanza. No podemos ni imaginar la cantidad de personas que contemplan a diario escenas de ese tipo, ya sea por su oficio (bomberos, enfermeros, policías etc...) o por el lugar donde viven (desde Centroamérica al África subsahariana) y continúan su vida sin más reparo, porque no les queda otro remedio.

Siempre he creído que los fantasmas que acuden a nosotros cuando vemos la muerte son más un mito sacado del imaginario popular que una realidad. Los seres humanos somos mucho más resistentes (e insensibles) de lo que nos creemos. Pero claro, no es lo mismo ver un muerto, que una montaña de muertos, no es lo mismo asistir a un atentado, que vivir expuesto continuamente al horror.

Itinerario del horror

La primera vez que lo vi fue en 1991. Tenía 8 años. Mi madre me acompañaba al colegio cuando un coche explotó por los aires en la acera de enfrente. La onda expansiva casi nos tira al suelo. Cuando el humo cesó, vi a una niña arrastrándose por el suelo con lo que le quedaba de piernas carbonizadas. Era Irene Villa, tenía 12 años. No recuerdo haber visto nada similar hasta mi viaje a Ecuador en 2006, cuando participé en un proyecto de voluntariado con chicos callejeros. Mi primer día allí, en la puerta de la escuela donde iba a vivir, vi a un chico de unos 14 años convulsionar hasta la muerte. Tenía un cuchillo clavado en la sien y echaba espuma por la boca. Durante los meses siguientes en Quito, me atracaron a punta de pistola dos veces y en la selvática frontera colombiana asistí a un tiroteo y una bala perdida destrozó los cristales del autobús donde viajaba. Unos años después, viviendo en México, vi algunos cadáveres en la calle, pero nada comparable a mi experiencia ecuatoriana. Lo peor me sucedió una noche, mientras viajaba con mi novia en una destartalada furgoneta que atravesaba la selva oaxaqueña. Unos asaltadores apedrearon el vehículo para robarnos o secuestrarnos. No lo consiguieron por muy poco. Al año siguiente, viviendo en el Harlem, en pleno Manhattan, oí algún disparo y en Buenos Aires, asistí a alguna pelea a navajazos. Nada serio en realidad.

Ni la selva, ni los guetos, ni los arrabales latinoamericanos… la escena más terrible que he visto en mi vida fue en Madrid, una de las ciudades más seguras que conozco. Fue el 29 de agosto de 2011, el día de mi cumpleaños. Trabajaba en una piscina situada en el Cerro Almodóvar, una montaña árida en medio del páramo vallecano. Es una zona que colinda con el poblado chabolista de Valdemingómez, centro neurálgico del tráfico de droga y sede intocable del clan de los Gordos, una de las banda criminales más peligrosas de la capital, que según la prensa y la policía, ha sido desmantelada una docena de veces. Aquel día salí a correr a las nueve de la mañana y vi un cadáver semi-carbonizado tumbado boca arriba con los brazos y las piernas en posición de retorcerse en el aire, en una postura que congelaba el dolor y desesperación, como aquellos cuerpos calcinados de Pompeya que quedaron súbitamente engullidos por la lava del Vesubio. Tenía una pelota en la boca atada a la cabeza con una cinta.

En dos horas, llegó la policía y el forense, se llevaron el cuerpo y no se supo más del asunto. Nadie hizo preguntas y quien las hizo recibió una respuesta incongruente: el tipo se había suicidado. La policía se negaba a responder y el resto de testigos ponían una mueca de asco, como diciendo: “Coño, déjalo ya ¿no?”. Toda la gente que lo presenció, lo olvidó en el acto. Algunos incluso se pusieron a jugar al fútbol en un campo de tierra aledaño mientras llevaban el cadáver. Caminé por aquel lugar varias veces durante el resto del verano. Solo quedaba un trozo de tierra ennegrecida y restos de ropa chamuscada y ensangrentada. ¿Quién se suicida quemándose a sí mismo con una pelota de goma en la boca?

Aquel día tome conciencia de dos cosas. La primera es que incluso en Madrid ocurren salvajadas que no salen a la luz. Quién sabe cuántas. La segunda es que a mí sí me interesa saber quién hace esto y por qué. Y para averiguarlo, pienso, tendría que haber sido detective de homicidios... o periodista de investigación.

Decidí intentar algo que llevaba rumiando desde siempre: hacerme reportero. Por supuesto que investigar crímenes no era la causa principal de mi deseo. Desde niño he soñado con vivir viajando por el mundo, metiéndome en líos, denunciando injusticias y descubriendo historias fascinantes, primero como Tintín, después como Hemingway y como Orwell. Tenía y tengo en contra ser la persona más despistada, indiscreta y precipitada del mundo. Pero pensé que también tengo cosas a favor: soy callejero, un poco salvaje y bastante intuitivo con la gente (imprescindible para moverse en los bajos fondos). Y me encanta descubrir historias, vivirlas y contarlas.

Desde niño he sentido que la vida es un constante dilema entre la utopía y la cruda realidad. La incertidumbre de la aventura o el aburrimiento de la rutina. El riesgo o la seguridad. Vivir asentado... o como un detective salvaje: sin timón y en el delirio.

Nunca lo he dudado. Siempre que he tenido que tomar decisiones he optado por la aventura y el riesgo que implica adentrarse en una dimensión desconocida. Quizás llegue el momento en el que tenga que decidir en una situación vital que ponga en riesgo mi vida: ¿Salgo corriendo o me quedo y hago lo que tengo que hacer? Quizás me toque vivir una experiencia tan extrema que me lleve por delante. Si esto sucede tampoco tendré el remordimiento de haberme equivocado. Supongo que ciertas personas no tienen alternativa.

10 Nov 2012

El 'boom', historia de una amistad literaria

Vargas Llosa, último superviviente de la generación que cambió la literatura hispanoamericana, rememora sus encuentros y desencuentros con los escritores del 'boom'




Borges era ese ciego sabio consagrado, maestro de maestros, Carpentier el intelectual afrancesado y enciclopédico, Fuentes un auténtico seductor de mujeres y hombres, Cortázar ese filósofo elocuente y entrañable, García Márquez el triunfador de la década... ¿Y Vargas Llosa? El niño bueno y trabajador infatigable se sumó a la lista de oro de la literatura hispanoamericana y llegó a lo más alto. Hoy es el último mohicano en activo de una extirpe histórica. 50 años después y convertido en adalid la derecha, el peruano rememora la amistad que unió a los miembros del boom y salda cuentas ideológicas contra los que no experimentaron su giro neoconservador. Y a pesar de todo, su discurso es fascinante y emotivo, como su obra. Solo a él se le puede perdonar tanto.

La palabra boom es un sonido onomatopéyico que se usa para referirse a una explosión. Cuando se emplea para definir el éxito de la literatura hispanoamericana en los años sesenta puede llevar a engaño, a pensar que obras maestras como La ciudad y los perros, Rayuela o Cien años de soledad surgieron de la nada, como un estallido de genialidad. “Nada más lejos de la realidad”, explicó Vargas Llosa durante la inauguración del congreso El canon del Boom en el salón de actos de la Casa de América. “Había grandes escritores publicando desde los años cuarenta. Pero el boom supuso el primer reconocimiento de que en nuestro continente había algo más que dictadores, revolucionarios y charros. Había talento”.

Nadie sabe cómo surgió la palabra 'boom'. En 1966 el chileno Luis Harss escribió el ensayo Los nuestros, y se atribuyó el término, pero el peruano se muestra escéptico: “Yo acabo de releer su obra y en ningún lado aparece esa palabra”. Para él, el boom fue mucho más que el éxito literario: “No fueron solamente los buenos libros que se escribieron, sino también esa hermosa amistad que se forjó entre los escritores al compartir anhelos, sueños y dar batalla común por la ficción, por la literatura por y la cultura”.

Las fotos reflejan la amistad que unió a los grandes mitos de las letras como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Solían reunirse en Barcelona, donde gracias a los editores Carlos Barral y Carmen Balcells muchos pudieron hacer su sueño realidadn y publicar sus novelas. Primero la amistad y la bohemia en Europa y más tarde los viajes a la Cuba revolucionaria y las peleas intelectuales y físicas, como la que en 1976 separó para siempre a Vargas Llosa y al Gabo. Se dice (y ninguno de los dos lo ha negado hasta ahora) que el peruano propinó un puñetazo al autor de Cien años de soledad, con el que se había distanciado por motivos ideológicos. Pero sus cercanos niegan que esta fuera la causa de la pelea y señalan un motivo más terrenal: parece ser que el colombiano intentó seducir a la esposa de Vargas Llosa.

A lo largo de su conferencia Vargas Llosa recordó su relación con Cortázar “aquel chico alto, espigado y fascinante”, Carlos Fuentes “un mujeriego nato” y su encuentro con Borges “que parecía haberlo leído todo”, pero mencionó muy por encima a García Márquez, su verdadero alter-ego izquierdista con el que nunca se reconcilió. De la amistad “mafiosa” como ellos mismos la definían, al odio irreconciliable que sigue alimentando la leyenda. Disputas que pertenecen al imaginario común de la historia del boom, como las peleas de Lorca, Dalí y Buñuel pertenecen a la generación del 27 o las de Lope, Quevedo y Góngora al siglo de oro español. La eterna lucha de egos entre genios.

El boom descubrió una literatura extraordinaria y desconocida y ayudó a que los escritores hispanoamericanos rompieran con el complejo de inferioridad y se atrevieran a ser universales: “Empezar a escribir es menos difícil de lo que era cuando nosotros nos descubrimos con una vocación literaria y teníamos alrededor un enorme páramo que nos quería apartar de nuestro sueño”.

¿Cuánto duró ese fenómeno? Vargas Llosa lo tiene claro: “Toda la exaltación, la amistad, el entusiasmo, la fraternidad… no duró más de diez años. Si hay que poner una fecha esa es el caso Padilla en 1971”. La fecha marcó un antes y un después para la revolución cubana y su relación con los intelectuales, que hasta entonces la habían apoyado de forma generalizada. El poeta homosexual cubano Herberto Padilla fue arrestado, acusado de cometer actividades subversivas contra el Gobierno de Fidel Castro y humillado públicamente en televisión. Casi todos los intelectuales latinoamericanos firmaron un manifiesto de repulsa. García Márquez se abstuvo. Cortázar matizó poco después su crítica y se reconcilió con el régimen. Vargas Llosa experimentó a partir de entonces un giro ideológico de 180% que le convirtió en uno de los intelectuales más beligerantes contra la Cuba revolucionaria.

“La política generó una enorme división entre los escritores y eso deshizo nuestros vínculos afectivos. Ya no pertenecíamos a una empresa común. A partir de entonces la empresa pasa a ser individual”, comentó Vargas Llosa al respecto. Pero de todo ello quedó una literatura que había abierto unas puertas que antes estaban cerradas y que promovió un estímulo muy bien aprovechado por los escritores de las generaciones posteriores. “Sin duda que sirvió para algo”, concluyó el Nobel “la literatura es la batalla contra lo que nos disgusta de la realidad. Nada ha contribuido tanto para abrirnos los ojos, para recordarnos que la vida está mal hecha y para hacer volar nuestros sueños y nuestros deseos”.


Los recuerdos de una generación brillante


París fue la ciudad en la que se producen los primeros encuentros entre los jóvenes escritores hispanoamericanos, cuando aún son principiantes idealistas para los que publicar un libro es el mayor sueño imaginable. El peruano lo cuenta con nostalgia: “Yo me formé leyendo a escritores norteamericanos y europeos. Crecí desconociendo casi todo lo que ocurría en la literatura de mis países vecinos. Solo conocía algunos escritores estrellas como Neruda. Pero hasta llegar a Europa no conocí a Borges y a otros genios”.

Julio Cortázar

Al primer escritor latinoamericano que conocí fue a Cortázar, en diciembre de 1958. Fui a cenar a casa de un compañero y me senté al lado de un muchacho delgadito que creí que era de mi edad. Me contó que había publicado un libro de cuentos. Y yo le conté que tenía un libro por publicar. Al final de la cena descubrí que ese joven era 22 años mayor que yo y se llamaba Julio Cortázar. Estaba con su mujer Aurora Cortázar. Hacían una pareja deslumbrante. Parecía que habían ensayado las conversaciones, por la elegancia y el humor con el que se hablaban…

Aprendí mucho de él, de su generosidad. Fue una de las primeras personas a las que mostré La ciudad y los perros e hizo comentarios muy generosos. Él se burlaba de los escritores pedantes pretenciosos y ampulosos. Escribía como hablaba, fingía la lengua de la calle maravillosamente. En esos años escribía Rayuela. Me sorprendió ver la facilidad con la que escribía una novela tan compleja. Decía “hoy día no se por donde irá mi libro”.
Ese Julio Cortázar experimentó una mutación absoluta unos años después. El primero era sumamente cortes y distante, cariñoso, entrañable y uno percibía que tenía una dimensión secreta. Vivía aislado de la política y las reuniones grandes. Le fascinaban las cosas raras y esotéricas (me llevó una vez a un congreso de brujas que me aburrió muchísimo pero que a él le fascinó). Era maravilloso ir con él a una exposición por la viveza de sus comentarios y sus emociones. No quería conocer a ningún político.

Creo que en algún momento Cortázar experimentó una revolución interior que cambió su personalidad. Empezó a hacerse público, se dejó crecer barbas rojas, empezó a interesarse por la política y se convirtió en un revolucionario de una enorme ingenuidad pero de enorme pureza. Fue inocente, auténtico… Nuestras diferencias políticas no afectaron nuestra amistad. Siempre mantuve mi cariño por él.


Jorge Luis Borges

Leyéndolo y releyéndolo pude librarme de las nociones de la literatura comprometida que había aprendido de Sartre. Leí a Borges como a escondidas, como quien peca. Pero esa admiración se impuso. En París trabajando como periodista entrevisté a Borges y me quedé muy impactado. Creo que solo hay dos personas que me impresionaron tanto. Pablo Neruda y él. Recuerdo la emoción que fue ver a esa figura tan frágil, en parte ciego y con esa extraordinaria información literaria. ¡Parecía haber leído todos los libros y retenerlos en la memoria! Recuerdo que le pregunté: ¿Qué es para usted la política? “Es una de la formas del tedio”, me dijo.
Borges deslumbró a los intelectuales franceses. Y a partir de entonces la literatura hispanoamericana empezó a verse con un respecto con el que jamás se había visto. En ese momento en Barcelona el editor Carlos Barral comenzaba a tender un puente a los escritores latinoamericanos. Allí se publicó mi novela La ciudad y los perros.


Carlos Fuentes

Carlos Fuentes había conseguido un éxito inusitado con La Región más transparente (1958). Ese gran fresco de la ciudad de México le dio gran popularidad y su siguiente novela, La muerte de Artemio Cruz, más aún. En el 62 pude entrevistarle en México. Estaba encima de una mesa zapateando, había bebido más tequila de la cuenta y me dio una imagen que nunca más se repitió porque él no era bebedor ni nada por el estilo. Era la imagen del triunfador, un mexicano cosmopolita, simpático y viajero (gracias a que su padre era diplomático). Era una fuente de información riquísima. Además era muy buen mozo, todas las mujeres caían en sus brazos. Era un seductor nato. Y un trabajador incansable, muy disciplinado, incansable. Cultivó todos los géneros y dejó una obra de inmensas proporciones.



Los cubanos: Carpentier, Cabrera Infante y Lezama Lima

Carpentier, había publicado una obra maestra en los años 40, El reino de este mundo, una de las obras más originales, ricas y difíciles. Nunca ha dejado de parecerme extraordinaria. Utiliza un lenguaje mítico y legendario que nos mete en la perspectiva de quien creía en esos mitos. En las antípodas de Cortázar, era un escritor de prosa engolada e intelectual pero tremendamente persuasiva y funcional.

José Lezama Lima publicó una novela excepcional y difícil, hermética y esotérica pero que compensaba el esfuerzo que costaba leerla, Paradiso. Era un personaje fascinante, gordo y lento.

También Guillermo Cabrera Infante escribió un libro magnífico, renovador y experimental, Tres tristes tigres. Uno de los libros eminentes de esos años.


Gabriel García Márquez

A García Márquez le conocí primero por carta. La incomunicación de los escritores latinoamericanos era enorme. Recibí una versión francesa de El coronel no tiene que lo escriba y me encantó, me pareció una maravilla de precisión de síntesis y pulcritud. Tuvimos una larguísima correspondencia e incluso planeamos escribir una novela a cuatro manos.
Lo conocí en Caracas en la celebración del premio Rómulo Gallegos. Había publicado Cien años de soledad y estaba aturdido con el éxito extraordinario de esta novela. Fue la primera obra del Boom que leyeron hasta las piedras. Por razones varias llegó a ser leída por todo el mundo. Una de las virtudes extraordinarias de ese libro es que tiene alimento para todo tipo de lectores. Se le puede dar una lectura muy fácil o muy rigurosa. De la noche a la mañana se encontró en el centro de una atención desbordante.

Nos conocimos en ese momento y hablamos de Carmen Balcells, tan importante como Barral para convertir a Barcelona en uno de los centros del Boom. Ella era su agente literaria y le había convencido de que dejara México y se fuera a vivir a Barcelona.

Poco después yo enseñaba literatura en Londres cuando llegó a Carmen Balcells y me dijo, hoy dejas la universidad y te vas a vivir a Barcelona. Y no pude negarme, a ella nadie puede llevarle la contraria (risas). Me fui allí y viví los cinco mejores años de mi vida. Con García Márquez y José Donoso fuimos los tres primeros escritores latinoamericanos en asentarnos en Barcelona. Fuentes y Cortázar solían ir mucho por allí, a visitarnos. Barcelona era la ciudad más abierta de España y por eso atrajo a muchos jóvenes escritores, como antes íbamos a Paris, porque era el lugar donde alguien podía triunfar.

El 15M revela y denuncia el tarifazo del agua

La Plataforma en Contra de la Privatización del Canal de Isabel II acusa a la Comunidad de ocultar la subida del precio


“Nos han mentido. El agua no ha subido un 3% como anunció la Comunidad de Madrid en diciembre de 2011. Los precios han subido un 10% y en ocasiones hasta un 27%”. Así lo afirma Ladislao Martínez, ecologista, militante del 15M y una de las voces más visibles contra la privatización del Canal de Isabel II. Desde octubre la Plataforma en Contra de la Privatización del Canal, grupo asociado al 15M y a la red española Agua Pública, lleva a cabo una campaña contra la subida de precios del agua y acusan al gobierno de la Comunidad (del Partido Popular) de ocultar los datos reales de la subida tarifaria.

Agua Pública ha elaborado un complejo informe en el que contrastan datos y valoran las diferentes cuotas variables y fijas que componen la factura del agua. Los resultados reflejan un incremento desproporcionado del precio del agua con respecto a 2011, que varía del 10 al 20%. “El porcentaje de subida no afecta a todos por igual”, cuenta Gonzalo Marín, responsable de la investigación, “depende del contador y del número de viviendas y usuarios. Los precios han subido principalmente en los bloques de viviendas que contratan el agua para toda la comunidad, es decir, en los sectores más vulnerables”.

Marín explica que la subida de precios sienta las bases para la privatización del Canal: “La factura del agua tiene una cuota fija, que se refiere a aspectos no variables como las infraestructuras (las presas, el alcantarillado, las tuberías) y una cuota variable que se refiere al consumo de agua. El grupo empresarial que gestiona el canal ha subido el precio de la cuota fija porque han mejorado las infraestructuras y lo han hecho para hacer la empresa más atractiva de cara a una compañía privada que vaya a adquirir el canal”.

Fuentes del Consejo de Administración del Canal de Isabel II, vinculado a la Comunidad de Madrid, niegan rotundamente esta acusación: “Es absolutamente falso”, comenta la encargada de prensa Cristina Lago “las tarifas están aprobadas desde diciembre de 2011 y la cuota fija se paga para unificar los precios a todos los usuarios. Pero hagamos lo que hagamos el 15M nos va a criticar porque su problema con nosotros es político, no es otro”.

El Consejo de Administración del Canal de Isabel II aprobó -con los votos a favor de los delegados del PP y los votos en contra de los sindicatos- la propuesta de tarifas para 2012 que contemplaba la aplicación del IPC interanual, situado en el 3%. 2012 es el tercer año consecutivo que se aprueba no subir las tarifas más allá del IPC: en 2011 la propuesta aprobada fue la actualización del IPC y en 2010 las tarifas fueron congeladas. Para 2012, se tenía previsto destinar cerca de 425 millones de euros en inversiones para mejorar el sistema de abastecimiento y saneamiento de agua. “Me gustaría saber que les parece que Aguas de Barcelona, que es una empresa privada, se encargue de gestionar el agua de Barcelona”, comenta la jefa de prensa. “Porque nosotros somos una empresa 100% pública. Pero claro, el 15M no critica a los gobiernos del PSOE, solo a los del PP. Además si les parece tan mal la subida de tarifas tuvieron oportunidad de quejarse a principios de año y no lo hicieron.”

Los sindicatos criticaron el incremento de la tarifa ya que la empresa pública cerró 2011 con datos netos de entre 90 y 100 millones de euros. “A pesar de los beneficios, nos suben los precios y se plantean la privatización”, explica Ladislao Martínez en conversación telefónica “no existe justificación alguna, como tampoco la hay para congelar el sueldo a los trabajadores del canal”.

Los militantes de Agua Pública aseguran que han tardado siete meses en estudiar el “tarifazo”, debido a la opacidad y a la complejidad de la factura. “Llevamos desde mayo investigando y conociendo casos de usuarios que acudían a nuestra plataforma para quejarse. Hemos esperado todo este tiempo para estar seguros de lo que decimos y apoyarnos en una base real”, cuenta Doris Palacín, de Agua Pública.
La campaña durará hasta el 31 de diciembre de 2012, cuando entrará en vigor una nueva orden tarifaria. A finales de diciembre Agua Pública hará entrega de las reclamaciones a la Comunidad de Madrid.

20 Oct 2012

La Chinatown española, al rojo vivo

El 16 de octubre la policía desarticuló la red de blanqueo más importante de los últimos años. Su base estaba en Cobo Calleja, Fuenlabrada, el núcleo de comercio asiático más importante de Europa. Recorremos el polígono chino donde la tensión crece por momentos





En Fuenlabrada no se habla de otra cosa. “Se veía venir”, es la frase más repetida. El autobusero de la línea 471, que pasa por el polígono de Cobo Calleja, clama a voces: “Yo a los putos chinos ni los recojo”. En los asientos cercanos seis personas se unen a la conversación: “Haces bien, no generan un puto duro al país”, añade un hombre de unos 40 años. El autobús llega a una parada en la que esperan seis chinos. “No les pares”, susurra una mujer al conductor. “Si pudiera, les dejaría tiraos”, responde este. Y frena. Los chinos suben y se sientan en la parte trasera. El silencio reina.

El autobús llega al polígono industrial Cobo Calleja, a unos 18 kilómetros al sur de Madrid, considerado el núcleo de comercio chino más grande de Europa. El aspecto del lugar es el de una auténtica ciudad asiática con enormes edificios rojos en forma de cubo, inmensos bazares, elegantes letreros con grafía china, decenas de orientales montando en bicicletas y lujosos coches negros de alta gama. El polígono se construyó en los años 70 por el empresario leonés Manuel Cobo Calleja y hoy ocupa 160 hectáreas entre Pinto y Fuenlabrada. Casi 10.000 personas trabajan en los más de 370 almacenes de empresas mayoristas que abastecen a la mayoría de los bazares de España.


“China: La gran fabrica del mundo a su disposición”, reza la página web del polígono. Pero la realidad escondía una historia más compleja. El martes 16 de octubre la Fiscalía Anticorrupción llevó a cabo la Operación Emperador, contra la mayor trama de contrabando, evasión de capitales y blanqueo de dinero de los últimos años, cuya base era Cobo Calleja. La red mafiosa, formada por tres clanes chinos, actuaba desde 2009 y defraudaba cada año unos 200 o 300 millones de euros. En total pudo haber blanqueado unos 1.200 millones de euros introduciendo grandes cantidades de mercancía procedente de China. Los chinos evadían impuestos gracias a documentos falsos y a la corrupción de los funcionarios españoles a los que pagaban comisiones. Se señala como presunto jefe de la trama a Gao Ping, conocido empresario y promotor de arte. También han sido detenidos el concejal de Seguridad de Fuenlabrada, el socialista José Borrás y el actor porno Nacho Vidal.

Tras las detenciones y el precinto de varios almacenes, el estado de ánimo de muchos trabajadores de la zona roza la desesperación. Algunos coches de lujo siguen merodeando por el lugar, dando vueltas sin estacionar en ningún lugar, como vigilando la situación. Entre ellos, decenas de trabajadores orientales que se han quedado sin empleo deambulan por las calles con gestos de miedo y rabia. La mayoría de ellos se niega a declarar. Algunos afirman que conocían a Gao Ping, que “iba mucho por el polígono”, pero aseguran que ellos no pertenecen a “su familia”.


El vigilante del principal recinto precintado (un almacén dedicado a la importación de ferretería) tiene orden de no dejar pasar a nadie, pero tras un rato de conversación accede a dejarnos entrar y fotografiar toda la nave. “A las cinco de madrugada entró la policía con grande pistola y romperlo todo, pum pum”, cuenta haciendo el gesto de disparar con una escopeta y señalando los cristales rotos de uno de los almacenes.


En el interior del recinto hay grandes cajas plastificadas. Un gran ventanal de la tienda de ropa Gold City luce una enorme perforación. Aún hay aparcados 11 coches de marca BMW, Mercedes y Audi. Solo quedan tres bisuterías abiertas. Enfrente de ellas hay un hombre chino elegante y trajeado, que luce bigote y pañuelo de seda. Es el propietario de una bisutería que luce desolada en medio del patio cercado. Prefiere no dar su nombre. “Ya con la crisis el negocio iba mal pero ahora que esto está vigilado y vallado no viene nadie. ¡Llevamos días y días a cero! ¿Con qué pago a mis trabajadores?”, cuenta rabioso. “Nos echan la culpa a los chinos de la mafia, pero la culpa también es de los españoles corruptos de la aduana, porque nosotros no entramos en pateras como esos africanos ¿sabes? Entramos por fronteras legales”, añade el propietario, mientras sus empleados esperan aburridos a clientes que no llegarán “nosotros somos muy trabajadores, trabajamos día y noche”. Le pregunto si los trabajadores duermen habitualmente en los almacenes. “No, no”, se retracta “viven en Madrid”. Preguntados por su horario, estos responden en mal español: “No horario, todo el tiempo trabajar”.

Para los clientes españoles de Cobo Calleja todo está mucho más claro. “Era descarado. Allí prácticamente todas las compras se ejecutan sin IVA. Cobraban única y exclusivamente en metálico. Un día vi un hombre trajeado pagando más de 15.000 euros en billetes de 100, 200 y 500 en medio de los pasillos del almacén”, cuenta Jesús Martín, comerciante de Fuenlabrada. Sara Alcover es la propietaria de un bazar en la sierra de Madrid que compraba material en Cobo Calleja. “Ibamos siempre allí a pesar de lo lejos que está, porque es muy muy barato. Nunca tuvimos problemas con los chinos, son gente muy pacífica. Pero estaba claro que había algo raro allí. Había una nave, enfrente de donde yo compraba, que siempre estaba semi-vacía y a oscuras. El dueño llegaba todos los días media hora antes del cierre, cada día con un cochazo diferente, un BMW, un Tuareg o un Q7… Lo aparcaba en el garaje del almacén y cerraban. Y los trabajadores se quedaban a dormir allí”, cuenta Alcover.

Trabajadores y pacíficos

La comunidad asiática siempre ha gozado de fama de trabajadora y las cifras corroboran esta impresión: el 95% de los chinos de España están trabajando y el 40% de ellos son autónomos o empresarios. En Madrid hay casi 30.000 chinos y el 22% se concentran en el barrio de Usera, considerado el Chinatown de la capital. La relación de los chinos con los españoles no siempre ha sido pacífica. El 26 de julio de 2012 la policía desarticuló una de las mayores redes de venta de droga de la comunidad china y clausuró varios prostíbulos y dos conocidos karaokes de clientela asiática: El Cielo y el Mundo, en Parla y Uanma, en Leganés, ambos escenarios de trifulcas, detenciones y asesinatos. No obstante, según fuentes policiales, los incidentes son mínimos en comparación con otras nacionalidades.

Jenny Yong, secretaria general de la Asociación de intercambio de Arte Cultural Hispano-China, se declara sorprendida ante las detenciones: “Íbamos mucho a Cobo Calleja y seguiremos yendo porque hay mucha gente honesta allí que no son la mafia”. Por su parte Alfonso Chao, presidente del Comité para la Educación y la Integración de los Inmigrantes Chinos en España se muestra preocupado por la situación: “Se está produciendo un alejamiento mutuo entre nosotros y los españoles. Es muy triste, porque se nos señala como mafiosos cuando hemos contribuido durante diez años a la economía española”.

En Madrid, y especialmente en Fuenlabrada, el recelo entre la comunidad china y los españoles crece ante el mutismo de los primeros y la palabrería de los segundos. En Twitter, decenas de usuarios españoles escriben exabruptos con la etiqueta #putoschinos. Mientras unos se desgañitan, los otros se muestran taciturnos. De las 12 asociaciones chinas consultadas, solo dos han aceptado hablar del tema. “No tenemos tiempo para discutir, porque no venimos aquí a discutir ni a divertirnos”, comenta Tingting Zhang, trabajadora china de 29 años, “venimos a trabajar y eso hacemos”.

El autobús regresa del polígono de Cobo Calleja a Fuenlabrada. “Yo ya sabía que esto pasaría, con todos esos ferraris y esos chanchullos raros”, comenta el mismo conductor. “Y lo peor es que han pillado a una pequeñísima parte de todos los que son”, añade una mujer de unos 50 señalándose la uña del dedo índice. De nuevo, el vehículo para, se montan chinos y reina el silencio y la tensión.

Al poco rato, se oye de nuevo al conductor, esta vez en voz baja: “¿Te imaginas ser madero y tener que contar todos esos fajos de billetes? Se me saltaban las lágrimas cuando lo vi en la tele. En el fondo no tienen un pelo de tontos...”.





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